lunes, 26 de enero de 2015

El placer de leer

Le Bain (principios del s.XX), por Alfred Stevens (1823-1906)

Circulan por Internet miles (y quizá millones) de entradas relacionadas con el placer de leer. Mucha gente comparte el gusto de sentarse frente a un libro, sea en el momento que sea y en el lugar que haga falta. Un ejercicio, un entretenimiento, una obligación, una pasión, un vicio. Lo cierto es que la lectura tiene mil facetas, y todas sobradamente conocidas en nuestro día a día.

Leemos. Leemos a diario, sea lo que sea. Incluso de manera involuntaria. Sentarse, pero, en un buen lugar con un libro en las manos es el reflejo de, como mínimo, un interés por la literatura.

En mi caso, no leía mucho cuando iba al instituto. Me obligaban a hacerlo. Cuando las cosas se piden por obligación, el interés y el amor por algo se pierde en el camino, pudiendo despertar el sentimiento contrario. Es por ello que cuando acabé secundaria fue el momento en el que la literatura tomó otro color. Descubrí que las páginas me podían traer más de lo que yo esperaba, y que a través de los libros podía conocer una parte (ínfima, es verdad) del mundo.

Leer es un placer. Un pequeño placer diario al alcance de cualquiera, afortunadamente.Podría añadir el tópico de que es un ejercicio intelectual sano y llenar mi discurso con palabras altisonantes. También podría caer en el otro extremo, el simplista, el explicar que la lectura es buena porque sí. Solamente puedo añadir a todo esto que coger un libro depende, evidentemente, del contexto en el cual se va a consumir, así como del estado anímico del lector. Igualmente, pienso que es verdad que es un bien necesario para el desarrollo cultural del individuo, aunque, al fin y al cabo, cada uno es libre de hacer lo que le plazca.

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