jueves, 6 de noviembre de 2014

Cuadernos de ejercicios literarios

Au Moulin de la Galette (1892), cuadro de Ramón Casas (1866-1932)

Siguiendo la tónica de la entrada anterior, quisiera hablar esta vez de los cuadernos de ejercicios en la literatura. Más borradores, si cabe. Una continuación de lo hablado anteriormente.

Hay una necesidad constante, como es bien sabido, por constatar el paso del tiempo, narrar las experiencias propias, explicar los esquemas mentales de uno mismo. Dejar constancia, en definitiva, de nuestra existencia. Algunos responden a ella escribiendo.

El ejercicio literario es, como el borrador, una buena herramienta para expresar con claridad el cúmulo de ideas y palabras que circulan libremente por nuestra cabeza. Es el camino que nos lleva a plasmar correctamente lo que pensamos.

Soy de la opinión, compartida por mucha gente, que para saber escribir bien es necesario previamente leer, si puede ser con regularidad. Me es difícil creer, asimismo, que quien es capaz de crear textos de calidad no devoren libros con asiduidad. Tendrá que ver esta concepción, quizá, con el gran avance educacional que supone el enseñar ambas cosas al mismo tiempo. Educar es, por tanto, un pilar fundamental en el juego de la escritura.

Los cuadernos de ejercicios son, aparte, reflejo del autor, como los borradores. Son trozos pequeños de alma, frascos de ideas e ideología. Al leerlos, encontramos una de las tantas expresiones que cualquier escritor nos deja, tanto voluntaria como involuntariamente. Son guías que nos permiten seguir el rastro del camino del artista.

Un cuaderno es un borrador también. Las sombras y las raíces de una gran obra.

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